Mi querido Cenicero.

De aldea en aldea...
17/7/13
José Ángel de Miguel Pérez
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Y a los dieciséis días apareció el animal, muerto como la Vaquilla de la película de Berlanga. Se llamaba Cenicero y como otros tantos novillos tuvo, para regocijo de muchos, la osadía de escaparse del cerco inexpugnable del trayecto de La Saca para volver a las dehesas frondosas del Monte Valonsadero. Un animal que desde su inconsciencia más racional ha sacado los colores a más de uno, principalmente a los que tenían el deber de localizarlo. Qué iba a imaginar el bueno de Cenicero, comprado para ser honrado y alabado como tótem de una evolucionada tribu, que una vez acabada su representación, el premio sería un certero, frío e insulso tiro que le llevaría a una muerte indigna. No es justo. ¿ Tan insensibles somos ante la tradición y la esencia de nuestras raíces que nos doblegamos ante la farsa de lo que es la fiesta actual? Esto sucede desde que la fiesta se convierte en un mero espectáculo de luces y colores y todo debe estar controlado por el director de la orquesta. Es ese el respeto que tenemos por nuestras idolatradas fiestas, utilizar al principal elemento del rito en un pañuelo desechable. 

En otros tiempos al tal Cenicero lo habrían hecho héroe y lo habrían paseado de feria en feria mostrando sus excelencias, e incluso, en el mejor de los casos le hubiesen dado la oportunidad de haber sido un semental, creador de una estirpe de morlacos sanjuaneros. Recuerdo como a la Vaca Ventanera, famosa en el Campo Charro por su casta y bravura, le hicieron un romance que titiriteros, ciegos y artistas de la legua divulgaron en feria en feria honrando la memoria de la afamada vaca. Al pobre Cenicero nadie ha llorado su muerte, ni su propia cuadrilla; más bien, todo lo contrario,  ha sido un alivio en pro de la seguridad y sobre todo de la temida responsabilidad, que tan en jaque trae a los prebostes de la administración competente. Para lo que sí ha servido este sainete es para enmarcar una de las propuestas más reflexivas y sesudas que se han puesto encima del tapete de los Sanjuanes: poner un chip a los Novillos de la Saca. Descanse en paz mi querido Cenicero.

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