La Sufrida.

De aldea en aldea...
5/2/14
José Ángel de Miguel Pérez
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Conocí a Herminia, una moza vieja que se escandalizaba con todo aquello que esgrimía un atisbo de alegría o de libre albedrío. La recuerdo con su mandil, moño recogido en la nuca y alpargatas de invierno; nunca la vi de manera distinta. Tenía claro que este mundo era para sufrirlo; se lo habían inculcado desde la infancia que no saboreó. Pronto murió su madre y pronto tuvo que asumir el papel de criada en una casa infectada de testosterona con un padre autoritario y dos hermanos, que viendo el percal, cogieron carretera y manta buscando el refugio de la Argentina. Estos nunca volvieron. El único recuerdo que Herminia tuvo de ellos es un viejo rosario de madera que tenía colgado en el cabecero de la cama, de su única cama. La vieja moza murió en el pueblo, sola , con sus recuerdos y con el sufrimiento por bandera. Era una auténtica sufrida. A pesar de sus achaques nunca visitó al galeno. Con sus rezos, sus comistrajos y sus sortilegios heredados cargados de superstición apañaba sus dolencias. Así, no es de extrañar que cuando le dijeron que el médico se iba del pueblo ella se encogió de hombros. 

El otro día saltaron a la palestra dos datos significativos que muestran a las claras las carencias que atesoramos y el estado en el que nos encontramos en esta provincia, que si nadie lo remedia va camino de perder su status. El primero de los hechos era que cuatro médicos de la Soria Rural los iban a trasladar a Soria capital, una muy buena medida que sin duda va en consonancia con las políticas articuladas para luchar contra la despoblación y que a su vez refuerza el tan denostado estado del bienestar; y el segundo de los hechos es que la Junta de Castilla y León asumía el coste laboral de tres capellanes  católicos  (categoría a extinguir) en los hospitales del servicio público de salud en Soria, gasto que se eleva a 50000 euros al año, un indicio más de la aconfesionalidad que se predica desde la Carta Magna. Ante esto tenemos varias posibilidades, salir del letargo y del conformismo, reivindicando nuestros derechos o asumir, como casi siempre, la condición de sufridos de la misma manera que nuestra amiga Herminia. También podemos salir por patas.

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