Después no fue para tanto.
Yo fui un niño que estudió la EGB, que merendaba bocadillos de matanza viendo Un Globo, Dos Globos y Tres Globos, y que de manera obligatoria tuve que hacer la Primera Comunión ( y una de las últimas) en una sociedad confesional que transitaba por un escenario de cambio de chaquetas. Fue la época en la que estas liturgias empezaron a perder la religiosidad intrínseca, transformando la esencia de las mismas en actos rito festivos de carácter tradicional. Dicho de otro modo, la tradición empezó a imponerse a la religión. Recuerdo, que de mi promoción catecumenal, apenas dos niños tomaron el cuerpo de Cristo vestiditos de marineritos. Yo estuve a punto, ya que mi padrino era un entusiasta de las películas bélicas españolas y en especial de la versión de Cateto a Babor que protagonizó José Luis Ozores. Contrariado el Padrino, se impuso el criterio de mi madre y comulgué, como el resto de mis compañeros, de “calle”. Si me hubiesen tenido en cuenta, de manera honrosa habría lucido el uniforme del Botones Sacarino, personaje, que junto al incomprendido Rompetechos, me acompañaban en los momentos preconciliares del sueño.
Uno de los regalos que aún conservo es la Biblia Ilustrada con la que nos obsequió el colegio. De las historias que se narran una de la que más me impactó fue la de Josué y la Tierra Prometida, la tierra en la que manaba leche y miel, y por la que lucharon los Israelitas en un éxodo calamitoso. Después no fue para tanto.
Salvando las distancias algo similar sufrimos los sorianos, un peregrinar por una tierra en la que continuamente se nos promete el oro y el moro, y al tiempo caemos en la decepción que provoca el incumplimiento de la promesa. Humos que llegan muy lejos y que en ocasiones nos han permitido ver al genio de la lámpara. Les cuento algunos ejemplos: La CMA, la A-15, La Autovía del Duero, las macro clínicas de Santa María de Huerta y el Burgo de Osma, Puertas Norma…..Como en la comunión, después no fue para tanto.