Panes, pepinillos y alguna que otra guindilla

De aldea en aldea...
21/9/11
José Ángel de Miguel Pérez
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Hace mucho tiempo, cuando llegaba la hora del recreo, salíamos a eso de las once la mañana, a comprarnos un bollo de pan con un pepinillo de los gordos. El total de la comanda, doce pesetas. Otras veces la vitualla era sustituida por una picante guindilla, gruesa como un pulgar, a la que antes de hincarle el diente, absorbíamos con fruición obsesiva el vinagre de la conserva. Entonces, la Plaza de Bernardo Robles, anteriormente llamada de Teatinos, conocida comúnmente como La Plaza de Abastos, era un hervidero donde se cocía el mercadeo autárquico que servía de despensa a los Sorianos. Los chiquillos de los tres colegios que circundaban la plaza, La Presentación, El San Saturio, y Los Franciscanos, nos confundíamos entre las gentes, que con sus idas y venidas, marcaban el pulso de  una ciudad de provincias. Era la época en el que los abastos se elevaban a categoría de provisión de primera necesidad y cuyo suministro se monopolizaba prácticamente bajo la supervisión y responsabilidad del Ayuntamiento. 

Hoy los tiempos han cambiado y la proliferación de establecimientos comerciales, en los que se garantiza el aprovisionamiento de víveres a la ciudadanía, compiten por conseguir los favores del consumidor que desorientado ante tanta oferta se le ha olvidado lo que es demandar. Bajo este escenario y sus distintas tramoyas, voy a intentar responder a una pregunta que resuena estos días en la calle ¿ Es necesario un dispendio público para el establecimiento de un mercado de abastos de titularidad pública?  Cierto que la Ley de Bases del Régimen Local establece la obligatoriedad a todos los municipios de más de cinco mil habitantes de prestar el servicio de mercado, una Ley  del año ochenta y cinco que adolece de cierto trasnocho y en la que la realidad del consumo agresivo no se había implantado de manera definitiva en nuestro sistema social. Pero aún con todo, con la que está cayendo, no está de más invertir por si a caso un día nuestros hijos tienen que salir en el recreo a comer un bollo de pan con un pepinillo, que por cierto, sabía a Gloria.

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